FERMÍN EN UNA FLOR
Leticia Ortega Zwittag
The voice is very, very close,
you like it that way
CHRIS DeGARMO
Si Nadja es el principio de la esperanza en ruso, ella debería llamarse Catalina porque es el comienzo de una catástrofe pero dice que su nombre es Lila, o al menos eso le dijo su madre cuando era pequeña.
Lila vive sola con Fermín. Desde hace una semana su madre no regresa a la casa. Lila la busca durante dos días, pregunta a la gente con quien se tropieza en las esquinas. Nadie sabe las razones de la desaparición. Pasan los días y la comida escasea. Lila no sabe qué hacer. Fermín la sigue por toda la casa pidiendo alimento con sutiles caricias.
La vecina, una señora gorda y canosa, le avisa a Lila que su madre tuvo un accidente.
–Parece que un chofer ebrio la atropelló.
Lila sonríe y la abraza. La mujer, compadecida por la desdicha, decide llevarle, cada tercer día, una empanada de crema de las que vende en el mercado, un litro de leche y un pellejo de pollo para Fermín. Una mañana, Lila le pregunta cómo puede obtener comida. La señora, con lágrimas en los ojos, sienta a Lila en sus piernas regordetas y le explica que necesita dinero, y para ganarlo debe conseguir empleo.
Viernes. Lila despierta temprano. Se baña con jabón neutro, no quiere perturbar su propio aroma. El agua está fría. Una vez dejó el boiler prendido para tener siempre agua caliente. La explosión dañó irreversiblemente la tubería. Se pone el vestido anaranjado y toma el tranvía a las nueve en punto y baja en la primera esquina. Los demonios no tomaron leche y es imposible dejarlos hambrientos pues destruirían las puertas de la casa.
Sale nuevamente a las diez, pasa por el periódico y aborda el tranvía. Lila recorre el centro en busca de trabajo. Quiere sueldo fijo y comisiones, comprar un estéreo y una vida a Fermín. Tararea un arrullo mientras camina (gling gló, klukkan sló) para adormecer a sus demonios y jugar a las escondidillas (máninn ofar skyum hló). Sus pecados huyen en mayo a Alaska, tratando de olvidar la primavera. Les gusta el frío y los gorritos navideños, en noviembre vuelven a la ciudad con costales de hielo y esferas. Lila va dejando solicitudes en cada empresa en expansión pero nadie contrata flores. Lila adorna las calles (lysti upp gamli gótuslód) y se deprime sentada en una ballena del parque.
A Lila le gusta pasear con la mirada clavada en el cielo. El azul es el color de sus ojos y piensa que al nacer el firmamento le regaló un poco de su esencia.
Este otoño los demonios regresaron muy inquietos y parecen no escuchar (thar gladleg Lína stód). Lila canta fuerte, a gritos. Ellos brincan a su alrededor y repiten “gling gló – gling gló”. Lila se balancea y baila y todo es “gling gló – klukkan sló”.
Busca empleo en la sección de Aviso Clasificado y se pregunta a quién hay que dirigirse para ser una margarita de parque público. Supone que les pagan bien pues se quedan ahí varadas hasta que la muerte absorbe la humedad de sus pétalos.
Lunes. Harta de las canciones de cuna, Lila deja a los demonios en casa sin desayunar y sigue en el tranvía de las nueve en punto hasta llegar al centro. Una, dos, tres cuadras. Cierra los ojos y detiene el tiempo. Camina en silencio, se siente sola sin los demonios danzando a su alrededor. No tiene con quien jugar a las y eso la entristece.
Recorre los almacenes. Hay muchos letreros. Deambula por largas calles. Al fin encuentra un empleo que parece adecuado. Lila pide informes y la contratación es inmediata. Al regresar a casa, la puerta del baño está arañada. Los demonios insatisfechos hicieron travesuras. Lila los arrulla, sabe que la perdonan si canta.
Primer día de trabajo. Lila lleva falda negra y camisa blanca con una pañoleta amarilla que resalta sus facciones felinas. Se instala al lado izquierdo del mostrador, toma su frasco y deposita delicadamente muestras de perfume en las muñecas de las clientes. El almacén abre a las diez de la mañana. Lila nunca llega temprano, debe preparar el desayuno a los demonios, las puertas están cada vez más dañadas.
Sábado. Cobra su primer sueldo. Adquiere una docena de dulces de leche y un costal de comida para Fermín. Su casa es vieja con los muebles básicos. Promete que si ahorra lo suficiente comprará una vida en la campiña donde Fermín pueda transitar sin peligros ni automóviles.
Cada noche Lila duerme con una mano en la entrepierna. Sus dedos esculcan la profundidad. Quiere preñarse de sí misma, crear un ser óptimo que acompañe a Fermín por el pan, le preocupa dejarlo solo.
Su vida se resume en extensas horas de poner perfume. Un día pañoleta amarilla y al otro roja. Lila se angustia pensando qué pasaría si se equivocara de color, así que siempre lleva ambas en su bolsa.
Jueves. Lila sueña con Fermín. Fermín desea un poco de arena limpia en su caja. Lila se esfuerza. Compra un estéreo para que Fermín pueda escuchar sus canciones favoritas. A diario se instala en el mostrador, del lado izquierdo, pone gotitas de perfume y entrega la tarjeta aromatizada.
Meses de buenos olores y atún.
Martes. Muchos cristales rotos en el almacén. Los demonios visitan a Lila inesperadamente. Se asustan con su reflejo. Destruyen espejos en repentinos ataques de ira. Cada vez que un vidrio estalla Lila se refugia bajo una mesa y llora tres minutos.